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Testimonio de Pepa Santos

Siempre he vivido este musical como espectadora. Un alma anónima en el público, emocionada ante cada canto, ante cada gesto, ante cada latigazo...

Año tras año acudiendo fiel a su representación, como el sediento que necesita agua para calmar su sed. Y es que siempre lo he vivido como una auténtica catequesis, como una puerta para abrir en mí el mensaje de Jesús y contagiarme de la fuerza y entrega de su Madre, María.

Pero este año ha sido, si cabe, más especial. Mis hijas se han embrujado con la magia que irradian, quienes forman parte de él, y el musical en sí mismo. Han participado como parte del elenco y ellas me han arrastrado a mí. 

En la última representación en Caravaca, me atrevo a formar parte del cortejo que aclama a Jesús en su entrada en Jerusalén. Voy cogida de la mano de mi hija Marta, mientras en la otra agito una palma. Detrás de mí va Mariano, sabiendo que se encuentra feliz de verme aquí. Mi hija María prefiere estar en la mesa de sonido, con Conchi, como ella dice. Toda mi familia formando parte de la representación.

Cuando llego al escenario y me giro, siento que retrocedo 2000 años: me encuentro en Jerusalén viendo llegar hacia mí a Jesús de Nazaret y tengo la certeza de que no quiero irme de su lado. Quiero compartir con Él su Última Cena, acompañarlo al Monte de los Olivos a orar, limpiar su sangre con mi manto cuando cae camino al Calvario, llorar al pie de su Cruz y emocionarme ante su Resurrección.

Me siento afortunada por haberme enriquecido con esta experiencia, y no quiero dejar de dar las gracias a todos los que formáis parte de este musical, por lo que hacéis. Recordad que sois instrumentos en manos del Señor.

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