Cuando se viven
experiencias de gran intensidad, y la persona intuye que está siendo partícipe
de episodios que le harán crecer, cada imagen o cada frase que recibe encuentra
su hueco en lo más profundo del alma… pasan a la categoría de versículos en el libro
de su vida. Agradecido por la oportunidad que aquí se me brinda, comparto
algunos de ellos.
“QUÉ TE DICE EL
CRUCIFIJO…”
Desde hace años,
como miles de personas, he venido formando parte de este musical, como orante,
como miembro de un público que mira, escucha, se emociona, reza y sana sus
heridas en poco menos de dos horas. Había acudido también en varias ocasiones a
la llamada de Manolo Verdú (sacerdote íntegro “dentro y fuera de las tablas” y
del presbiterio, el cual promoviera el proyecto, y a través de quien hoy se
sigue alimentando espiritualmente este rebaño) para colaborar en la parte
musical de la obra. Pero, en los inicios de este curso, como escribía S. Juan
de la Cruz, yo andaba con “el pecho del Amor muy lastimado” por una reflexión
que me había calado hondo: Cruz y Perdón son inseparables… compartía con este
padre y amigo tan hermosa enseñanza, pues estaba empezando a interiorizar la
imagen de la cruz como instrumento capaz de devolver la dignidad al ser gracias
a la Misericordia que quedó derramada en ella por “el Ser que no se acaba”
(Sta. Teresa de Jesús)… y, para mi sorpresa, faltaban pocos minutos para que
partiese mi tren de Madrid a Murcia cuando Manolo me respondió con la propuesta
de subirme en un nuevo vagón, de ocupar un asiento diferente, glorificando a
Cristo Crucificado y Resucitado desde el papel de sacerdote para la
representación… No dije que sí aquel día, era imposible… Esperé, y busqué, como
María, en el interior… Las últimas palabras de su personaje son sencillas:
“Adora y confía […] Dame un abrazo…”. Y así fue, comenzando por el final: adoré
a Cristo, confié junto a mi novia en esta llamada, dijimos “sí” a colaborar con
el grupo, y nos fundimos en un abrazo con toda la familia que interviene en el
musical. Aún faltaban miembros por incorporarse, personas que desde hace años
representan “el principio de esa larga eternidad” en mi vida, viniendo a
demostrarme de nuevo el Señor que, frente a mi incertidumbre en esta misión,
“no eran mis huellas” las que iba a ver en la arena, sino las suyas mientras Él
me llevaría en sus brazos…
La Cuaresma ha dado
comienzo este año abrazando la guitarra de un buen amigo, vestido de sacerdote,
y canturreando “[…] te pregunto por mi vida; Oh, Señor, ¿Qué será de mí?”,
mientras unos jóvenes salen a escena y arranca mi diálogo. El Señor nos dice
que no temamos, que Él, con nuestra vocación particular, nos ha vestido de lo
que Él ha dispuesto, y que desde ahí, no tenemos más que ser servidores.
“SERVIDORES”
Ayer, me venían a
la cabeza “los pasajes más familiares” de Jesús: “¿Quiénes son mi madre y mis
hermanos?”; “[…] ahí tienes a tu madre”; “Quedaos aquí y velad conmigo”. En
este musical, el espíritu que envuelve el cenáculo “se queda con nosotros y en
nosotros” mucho más de lo que dura la escena. Una cena compartida, un montaje
hecho con amor y rigor, unos mensajes que llevan meses cuidando a cada persona
de la compañía… Nace el hijo de uno de los matrimonios que la componen, y todos
pensamos “¡Vive! ¡Vive Jesús, el Señor!”; enferma uno, y como quienes velan
unidos, todos acuden para apoyar, para salvar fraternalmente la ausencia; nadie
es el primero ni el último, pues quienes no reciben la luz del foco se
encuentra precisamente sosteniéndolo, o quienes prefieren mantener su rostro
“fuera de cámara” generan confianza y obran auténtico arte poniendo sus manos y
su corazón al servicio de los demás; haciendo el bien, todos somos piezas de un
mosaico, el del rostro del Amor de los amores.
Y, con todo ello,
¿Cuál es el resultado final? el testimonio de unos hermanos que dicen con todo
su ser: “¡Nuestra madre es la Iglesia, y en ella hemos aprendido a hacer esto,
a vivir así, y SER FELICES!”.
“CON TU MIRADA DE
AMOR…”
“…me enseñas que
este mundo depende de la fe que tenga yo”.
¡Señor mío! ¿Puede ser esto posible? ¿En el caminar de la humanidad
puede repercutir también mi fe? Sí. Y todo comienza con la entrega, con el amor
y con la oración.
Este musical es
toda una oración de mirada. Ante la mirada de Cristo, cae la espada de Pedro,
caen las lágrimas de María… se cae nuestra alma entera, y se recoge del suelo
como un vaso rehecho con ternura (“…me has mirado a los ojos”; sobrecogedor).
Te mira la Magdalena, y no soportas la injusticia del mundo. Miras al soldado
que porta a Cristo desde los pies, y sus ojos parecen estar de Via Crucis,
queriéndote decir: “[…] que por su Santa Cruz redimiste al mundo y a mí,
pecador…”. Te mira el hortelano, y piensas que una vida distinta es posible y
ya ha comenzado. Te mira la catequista de esta profunda historia de fe, y pides
por dentro: “Señor, haz de mí un instrumento de tu paz”. Releo el guión, y en
cada frase está la mirada de una persona que será encomendada al amparo de la
Virgen durante la representación. O miro la Biblia que mantengo durante la obra
en mis manos, y me pregunto: ¿Cómo has podido dejarnos para siempre una
herencia tan hermosa y tan viva?
Horas antes de
salir, para calmar mis nervios, me acerqué a los pies del sagrario, me senté
discretamente, donde nadie me veía, con la guitarra, y empecé a tocar: “Antes
de la fiesta de la Pascua…” Todo vuelve al origen, como en el Evangelio de
Marcos, y yo necesitaba empezar mi propio caminar por la Pasión encontrándome
con Su paz. Pero fui un ingenuo si pensé que debía hallar esa paz solo y a la
vez estar cantando “durante la cena estaban reunidos”. Pues así fue: se unieron
varios amigos, y principalmente los niños y jóvenes del grupo. Acabamos
cantando juntos “Creeré, creeré…” mientras uno de los más pequeñines intentaba
a mis pies incorporarse para agarrar mi guitarra. Más allá de lo tierno que fue
el momento, comprendí que nuestro trabajo también radica ahí, en cuidar
nuestras casas y ayudar a éstos, los pequeños de la familia, a que crezcan en
la fe, “como hijos que confían en su Padre”.
“HASTA EL FIN”
Sencillamente doy
las gracias por hacerme partícipe de este musical, que no es más (ni menos) que
un testimonio de la humanidad de Cristo. La intención y el compromiso de este
grupo son tan fuertes que uno se siente a veces “insuficiente”. Pero en el
“sentirse amado” y con capacidad para amar, la palabra “exigencia” se
transforma en “misión”. Entonces, se pierde el miedo, se recobra la vida, y se
recuerda siempre: “Para el amor no debe existir medida”.
Gracias, Señor.
Javi Marín.
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